Misa, clases y cambio de rueda por un pinchazo… y se fue toda la mañana. La tarde se pasó con la visita de Mónica, Eufrasio y Zura. Cuando se fueron me fui a arreglar la rueda pinchada al “taller”, y pasé por casa del costurero para hacerle un encargo.
En esas dos horas que pasé en su casa aprendí dos cosas importantes: que el agua es más apreciada que el oro fino, y que todavía no estoy al 100% de paciencia. Estuve observando cómo, una y otra vez usaban y reutilizaban la misma agua pasándola de un caldero a otro, de un cubo a otro y nunca la tiraban, ni se la daban a las gallinas. El agua lo es todo y su valor es incalculable.
La segunda cosa es que cuando pasan unas horas comienzo a ponerme un poco nervioso. Incluso me acuerdo de mi madre y sus visitas relámpago. Espero que se me pase y que pueda sentirme a gusto sin saber qué hora es.
Inkomu! Porque me haces ver mis límites. Gracias por esta familia, por todas las familias, por el agua y por todas las aguas: las del parto, las del bautismo, la del mar, la del río, la de las lágrimas, el sudor del trabajo, la lluvia que nos refresca, la que calma la sed… Tú eres el Agua Viva, el Agua de Vida… que nunca te dejemos escapar, que te aprovechemos y te reutilicemos.
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