domingo, 21 de diciembre de 2014
Aquí estoy para hecer tu Voluntad
Missão,
quarta-feira 10 de Dezembro de 2014
Esta mañana en mi oración personal le pedí a
Dios que durante las visitas de hoy, las personas descubriesen su presencia
cariñosa. Así fue. Hermoso, humanizador, gratificante y, sobre todo,
evangelizador. Cada una de las personas visitadas, no paró de dar gracias a
Dios por el aceite, la harina, las judías y el azúcar. Nuestra presencia
misionera no debe quedarse en las personas que somos instrumentos del Buen
Dios, sino que siempre deben apuntar a Aquel que todo lo Bueno lo hace posible,
real, visible. Dios es el verdadero protagonista de este gesto de solidaridad.
No soy de una ONGD, soy un cristiano y sacerdote que responde a una llamada.
Estoy aquí en nombre de Jesús para anunciar su amor, y para ser testigo del
amor de Dios Padre-Madre a este pueblo.
Visitamos
a 10 familias, cada cual más pobre. Saqué algunas fotos para compartir la
alegría de los pobres con quienes nos acompañan desde mi tierra. Me impresionó
el barrio de Xihlonine e Xihahene, donde visitamos sólo 3 familias. La pobreza
rozaba lo inhumano. Pero además me dejó helado ver que los vecinos de aquellos
a los que visitábamos estaban iguales o peor, pero no los conocíamos. Nos falta
hacer un mejor estudio de esta realidad para detectar y poner nombre y rostro a
todas las personas que pasan hambre en nuestra parroquia.
Mientras
Pepita, Benjamin y yo visitábamos en la Vila, Paco, Albino y Alberto visitaban
en Matukwanyana. Allí se quedaron de piedra al encontrar a una niña de unos 12
ó 13 años que vive sola. Fallecieron su padre, su madre y su abuela. Vive cerca
de su bisabuela, pero cada una en su casa. Su bisabuela la estaba enseñando a
hacer carbón. Esta niña es carne de cañón para cualquier buitre que merodee por
la zona. Hemos quedado en pensar una solución para esta familia, aunque no es
fácil encontrar una salida para casos como este.
Cuando
terminamos las visitas, hablamos sobre lo vivido y discutíamos si había que
tener un corazón duro o blando ante estas situaciones. Los seminaristas decían
que debíamos tener un corazón duro y yo, por el contrario, que un corazón
blando. Pero en el fondo no lo sé. Me gusta sentir el dolor del otro, porque me
da fuerzas para luchar y me anima a seguir entregando la vida. Me da vida
sentir el sufrimiento, ver y tocar la pobreza extrema, porque me revuelve las
tripas y me hace salir al ruedo de la lucha por la justicia. Si algún día me
derrumbase ante tanto sinsentido, estoy seguro de que Tú me darías dos buenas
tortas y un cachetón para espabilarme.
Ni
bongile! Soy testigo de tus maravillas entre los empobrecidos. Soy cada día
evangelizado por aquellos a quienes sirvo inútilmente. Todos los días los
pobres bendicen mi camino con sonrisas, con palabras que suenan a cánticos de
gloria que anticipan la Navidad. Sólo puedo decir dos cosas: Gracias y Aquí
estoy para hacer tu Voluntad.
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