Me faltaban unos dos metros para llegar a la puerta de la pallota de vovó Thinthasse y ya el olor me “echó para atrás”. Me costó entrar porque el olor era nauseabundo. Las mantas sucias, su ropa sucia, su pie con esa herida abierta… me hicieron sentir verdadero asco. Tuve que hacer un esfuerzo por no salir de su pallota, aunque lo pensé varias veces. Después de 7 años aquí y todavía me cuesta aguantar algo tan común como el mal olor. También noto que me cuesta dar la mano, porque normalmente tienen las manos muy sucias, tanto que noto la tierra en sus manos. Es la realidad de los pobres, que siempre duele tocar, oler y ver. Me siento mal porque esta pobreza me delata, me interroga, me denuncia.
viernes, 6 de febrero de 2015
Me siento mal porque esta pobreza me delata, me interroga, me denuncia.
Me resulta siempre difícil digerir lo que
vivo en las visitas a las familias más pobres para darles la cesta de alimentos
de Navidad. Hoy visitamos en Ligongolo-Mahungu-Fongotuine y siempre me quedo
interrogado sobre mi forma de vivir y sobre mis opciones de vida.
El
perfil de las personas que visitamos es parecido: normalmente viejecitas o
viejecitos “casi abandonados” por sus familias, casi todas mujeres, enfermas,
viviendo en condiciones de absoluta miseria (muchos de ellos sin una estera o
una silla para sentarse), y muy agradecidos por lo poco que les llevamos.
Visitamos a 10 personas, pero podríamos haber visitado 100 porque aquí
realmente todos son muy pobres.
Me faltaban unos dos metros para llegar a la puerta de la pallota de vovó Thinthasse y ya el olor me “echó para atrás”. Me costó entrar porque el olor era nauseabundo. Las mantas sucias, su ropa sucia, su pie con esa herida abierta… me hicieron sentir verdadero asco. Tuve que hacer un esfuerzo por no salir de su pallota, aunque lo pensé varias veces. Después de 7 años aquí y todavía me cuesta aguantar algo tan común como el mal olor. También noto que me cuesta dar la mano, porque normalmente tienen las manos muy sucias, tanto que noto la tierra en sus manos. Es la realidad de los pobres, que siempre duele tocar, oler y ver. Me siento mal porque esta pobreza me delata, me interroga, me denuncia.
En
la cena estuvimos hablando de un tema que siempre se repite con los
seminaristas y en el cual ya no entro a saco: las creencias tradicionales.
Benjamín me estuvo diciendo de personas que se convierten en ratones o en
serpientes, como algo normal; luego me dijo que una joven entró en un baño, cogió
un jabón para ducharse y cuando salió caminaba con las manos, y los pies los
tenía en alto, y que se quedó así para siempre. Realmente es imposible discutir
sobre estas cuestiones porque las creen todas a pie puntillas. Aquí no entra la
razón científica ni la fe cristiana, que quedan a un lado por causa de la
cultura-tradición-cosmovisión-creencias… o no sé cómo llamarlo.
Ni
bongile! Lo que al final del día me queda es un malestar general por no
entender tanto sufrimiento en este pequeño rincón del mundo; malestar por no
entender esta mentalidad tan mágica y llena de superstición que llega a nublar
“mentes ilustradas” por años de estudios filosóficos…. Es todo tan difícil,
pero lo que más me duele es el hambre y
la miseria. Tú me sacas de mis comodidades y me pones en contacto hondo con mis
miserias, que me revuelven las tripas. Son los momentos en que siento que aún
me queda un largo camino por servir, por crecer, por sentir, por salir.
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1 comentario:
Pero lo que dice Benjamin, no lo entiendo
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