Sábiè, quinta-feira 14 de Maio de 2009
André. Se llamaba André. André era pura piel y huesos, desnudo en la cámara frigorífica del tanatorio. Tan esquelético estaba que mi compañero dijo: “Sufrió, sufrió mucho, este hombre sufrió mucho!”. Junto a él yacía otro señor con los pies muy sucios, porque los cuerpos no estaban lavados. André falleció el lunes, pero sólo lo supimos el miércoles. Aquí sólo tiene dos hijas: Rostalina y Linda, que son toda su familia. Hace años fue a Sudáfrica abandonando a parte de su familia. De allí sólo regresó para morir enfermo de SIDA en Moamba.
Fuimos cuatro personas a reclamar el cuerpo, organizar los papeles y traerlo para la Misión. Primero fuimos a la Morgue (Tanatorio) para medirlo y mandar hacer su ataúd. Como no tenían metro partieron dos ramas de un árbol y dentro del mismo frigorífico le sacaron las medidas. Aunque primero por error medimos el cuerpo del señor que lo acompañaba, ya que no tienen identificación alguna.
De allí nos fuimos a la Escuela de Artes y Oficios para encargar el cajón, con aquellas dos ramas. Costó mil meticales y tardaron 2 horas en hacerlo. Mientras ellos fueron a comprar arroz, judias y harina, y arreglaron todos los papeles. Yo aproveché para saludar a los padres salesianos y comí con ellos. También descubrí una Oficina de Correos y mandé unas cartas para Rafael, Alejandra y Kevin.
Luego regresamos a vestir a André, una escena casi dantesca y difícilmente descriptible. Lo colocaron al modo tradicional en el ataúd y lo cargamos en mi coche. De tal forma, que hoy “mi descapotable” fue coche fúnebre.
Cuando llegamos a la Misión comenzaron a hacer todo el “informe” tradicional, mostrando las cuentas y explicando los pormenores de nuestro trabajo. Todos estaban muy agradecidos. Nos invitaron a comer un poco de “xima con kakana” y finalmente hablaron de los preparativos para mañana.
Eran ya pasadas las 16.00h así que me despedí. Treinta minutos después ya estaba en río dándome un buen baño purificador, reflexionando en solitario sobre la muerte y sobre el maravilloso don de la vida y sobre la Vida después de la Muerte.
Khanimambo! La vida es un don tan precioso que nunca Te la podremos agradecer lo suficiente. Cuando me encuentro de bruces con la muerte, ya no siento miedo, sino una enorme Paz, una seguridad última, un cierto abandono lleno de confianza y en último término una alegría serena… Cuando Tú quieras…Aquí estoy! Ni ko!
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