Songo, viernes 20 de enero de 2023
Cuando llegué al río confieso que el corazón me latía más rápido que de costumbre. Bajé llevando a los profesores que hoy acabaron su formación, y con el propósito de recoger a las niñas del internado. Por un lado, la alegría de haber acabado con éxito este curso para nuestros maestros de Mulumbua y Chodzi, y por otro lado, la alegría de volver a ver a las niñas que tantas alegrías me dieron el curso pasado.
Al llegar las encontré sentaditas esperándome. En Songo estaba cayendo el diluvio universal y, sin embargo, en el río Zambeze no caía ni gota. Así que ellas no se habían mojado mientras me esperaban. Sus caritas se iluminaron cuando vieron el coche. Al parar las saludé una a una y me sonreían. Les pregunté si querían ir a Songo y me dijeron que sí. Las subimos al coche y nos fuimos.
Una vez en Songo, entramos en el internado y se sentaron en silencio. Sus rostros ya no eran los mismos, pues estaban tristes, muy tristes. Victorina comenzó a llorar, aunque sólo fueron 10 minutos (el año pasado estuvo llorando casi una semana); luego, lagrimeó Verónica porque le dolía la barriga, Eva se quejó del pie y Chorida no mostró su linda sonrisa… Después de unos treinta minutos decidí irme y dejarlas solitas con Fátima.
Tatenda! Yo las esperaba felices, alegres… ¡qué iluso! Son niñas que han dejado atrás a sus madres, a sus padres, a sus hermanitos, a sus primos, sus campos, sus juegos, su luna llena, sus gallinas y sus perros… ¿Cómo podrían estar alegres? También yo me entristecí con ellas, me uní a su dolor… aunque sé muy bien que esta pequeña cruz la llevaremos juntas y será parte del triunfo final, el triunfo de la educación, de la libertad, de un futuro más digno, más igualitario, más humano y… divino.
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