Malhangalene-Maputo, segunda-feira 25 de Março de 2009
Solenidade da Anunciação do Senhor. Nª Sª de la Encarnación – Haria
303106 fue el número de su placa. Costó 75 Mts en el cementerio de Lhanguene-Maputo. Eran casi las dos de la tarde y habíamos salido de casa a las 5.30h. Pasamos toda la mañana arreglando los papeles para el entierro de Maria Madoncela.
Estábamos João, Jesús y yo. La escena del depósito de cadáveres del Hospital General fue terrorífica, de lo peor que he visto en mi vida. Después de arreglar una serie de trámites fuimos João, esposo de María, y yo a reconocer el cadáver de su mujer.
Cuando llegamos entré decidido a la recepción y el olor fue tan fuerte que me mareé y tuve que salir de inmediato. Olía a muerte, a cadáveres, y no era ciencia ficción. Me acordé una vez más del artículo de mi amiga Mariola, “de entrar en los sepulcros, donde huele mal”, y haciendo de tripas corazón volví a entrar. Quizá hubiese sido mejor permanecer fuera.
El desfile de cadáveres a medio vestir, o con una sábana mal puesta sobre unas camillas de lata me golpeaban en lo más hondo. Sus cabezas se movían sin vida con el traqueteo de las idas y venidas. Todo envuelto en un olor que me dejó dolor de cabeza hasta las 21.00h. La suciedad y las cortinas azules me recordaban a un matadero.
Para nuestra mayor desgracia no encontraban el cuerpo de María Madoncela que hacía 4 días que había fallecido. Así que tuvimos que esperar unas 2 horas a que encontrasen sus restos mortales. Las listas estaban en papeles reutilizados escritos a mano, y también buscaban entre aquellas que denominaban “sin-nombre”. Cuando ya finalmente João pudo ir a reconocer a su fallecida esposa la estaban bañando para vestirla, y salió con el rostro desencajado. Yo le compré un vestido y una camisa blanca muy bonita, también una capulana y una sábana. Tenía sólo 31 años y quería que estuviese guapa para su último viaje.
La funeraria fue avisada por Acción Social del Hospital Central, unos auténticos buitres, “profesionales de la muerte”. Con ellos entré para cargar el ataúd de María Madoncela, así que me adentré un poco más en aquel “sepulcro”. Nuevamente me volví a arrepentir: los pasillos estaban llenos de ataúdes abiertos con los cadáveres de niños y jóvenes, porque curiosamente no vi en toda la mañana ningún anciano difunto pasar ante mis ojos. Sólo veía pequeños ataúdes con cuerpecitos de niños inertes y de jóvenes esqueléticos. Entre ellos estaba Maria Madocenla que no pesaría 25 kilos, muy bajita y escuálida de tanto sufrimiento y soledad.
De allí fuimos al cementerio donde no mejoró el panorama. Miles de personas y decenas de entierros en un macro-cementerio de la ciudad. Panteones y fosas abiertas donde podías ver decenas de cajas deterioradas por el tiempo. Era como una selva de horror y muerte. Allí compramos una placa identificativa y como era pobre la mandaron a uno de esos lugares apartados, tan lejos que tuvimos que cargar el féretro en nuestro coche para llegar a aquel lugar. Cuando llegamos tuvimos que llevar la caja unos 200 metros que se me hicieron interminables. Al principio intentaba no pisar las tumbas, pero era totalmente imposible. Están tan juntas que ni cabe un pie entre ellas, así que andábamos sobre las tumbas, muchas de ellas recientes y aún con las flores. Todo en la tierra.
Así, juntos los tres, con el cuerpo sin vida de Maria Madoncela rezamos una oración, echamos tierra en su tumba y cantamos “Ndza mu rhandza Yesu” (Amo a Jesús). Mientras los sepultureros discutían entre sí de muy mala manera y faltando el respeto que merece el dolor de ese momento sagrado. En silencio regresamos.
303106 es María Madocenla. Hoy ese número significa dolor, enfermedad, soledad y muerte. Pero también significa Hija, Vida, Alegría, Resurrección porque este mundo de sufrimiento ya pasó para ella, y ahora, por fin, se encuentra Contigo. Khanimambo! Tú sabrás tratarla mejor que en los hospitales donde estuvo perdida y sin que nadie la pudiese visitar más de un mes, mejor que en el depósito de cadáveres donde continuó perdida, mejor que en el cementerio donde reposa. Tú sabrás llamarla por su nombre, y preguntar por ella, y llenarla de Vida Nueva y de Alegría, colmarla de tu riqueza de bienaventuranza eterna. Hoy día de la Encarnación del Verbo te pido por esta semilla que hoy cayó en tierra y quiere dar mucho fruto. Amén. Khanimambo! Descansa María, Dios te ama con locura.
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