Cantaba salmos de acción de gracias, contemplaba los pájaros y todos los bichos que pululan, como los escarabajos peloteros que trabajan en las “bostas de vaca”, y unos pájaros azules que parecen sacados de un cuento de hadas. También me detuve en las flores de los diferentes cactus y plantas, en las ceremoniosas vacas, gallinas y cabras. Todo un canto a la vida y a la naturaleza en perfecta armonía.
Por el camino encontré a varios niños-pastores de 10 ó 12 años con sus rebaños de vacas. Ellos cuidan el ganado de “hombres ricos” de Maputo, que no les pagan nada por ese trabajo. Lo único que recibirán será una cabra o un becerro, dependiendo de si quieren cobrar a los 6 meses (cabra) o al acabar el año (becerro). Es la esclavitud infantil de la que tanto oí hablar al Movimiento Cultural Cristiano, y que aquí tiene para mí rostros concretos.
La naturaleza es hermosa, pero ¡qué fea es la injusticia! Contemplar los animales y plantas me ayudó a darte gracias, pero ver a los niños-pastores me revuelve las tripas, y me revela, y me hace sufrir porque aún no sé cómo o qué se puede hacer para dar la vuelta a esta tortilla de la injusticia y la violencia, de la esclavitud infantil
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