Y en un momento ya tenía unos 50 niños detrás de mí, caminando alegres para la Iglesia. “¿Se va a quedar con nosotros? ¿Ya regresó?”, eran sus preguntas. Y todos comentaban cosas, alegres. Hoy no tuvieron escuela porque el maestro no vino y era el último día de clases, dicen que irán mañana sábado (lo dudo mucho, pero en Randinho todo es posible).
Todavía en el camino, me encontré con Pai Bizero que estaba cargando leña. Y cuando llegué a “mi casa”, sentí unas ganas terribles de quedarme allí para siempre… Estaba en el puesto de salud, el enfermero Joaquim Ticotico con su familia. Me lo pasé pipa: jugué al fútbol y luego fuimos a bañarnos al río Mphuzi. En estos días de fuego, lo agradecí, sin importarme que el agua estuviese negra de raño. Daba igual. Nos divertimos de lo lindo, unos 30 niños que me acompañaron y yo.
Luego, un buen almuerzo: masa de mapira, huevos y judías, y una buena siesta a pierna suelta en mi pallota (me dí cuenta que ya no temía a los bichos que viven allí). Y finalmente, la visita a pai Baltasar y pai Manuel. Y comenzó a caer la tarde, tan rápidamente que casi no me da tiempo a despedirme de los corazones agradecidos, de los paisajes, de la tierra, de los animales… Y pai Baltasar hizo un gesto tradicional que me indicó qué algún día volveré: llegó hasta la mitad del camino, y no me acompañó hasta el final. Ese gesto indica que alguna vez regresaré, allí estarán esperándome.
Gracias Señor. Tú siempre me esperas en los niños, en el Sol, en las estrellas de esta noche que parecen inundar el cielo. Hoy cené con las Hnas. Beatriz, Lavínia, Pilar, Luisa y la nueva (¿?), y cuando estaba en medio de la oscuridad te di gracias por poder contemplar aquel cielo estrellado que es todo alabanza. Gracias por Randinho, por las hermanas pastoras, por los padres blancos, por Murraça… todo es bendición. Alabado seas.
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