La joven se llamaba Mana y tenía 31 años, y es que aquí la muerte tiene rostro joven y de mujer. Jesús presidió la misa en la capilla de la Villa de Sábiè. Un cajón de madera contrachapada cubierto con un paño blanco. La capilla estaba a rebosar de personas que la querían mucho. Era la responsable de liturgia de la comunidad católica.
El momento más emocionante de la celebración fue el de los “mensajes”, y especialmente el de Guida, su madrina de bautismo y confirmación. Todas lloraban inconsolables ante las palabras que salieron del corazón de Guida. Fue una auténtica acción de gracias y un bonito canto a la vida, que acabó diciendo: “Algún día Mana nos volveremos a encontrar juntas”.
En el cementerio habían cavado una fosa no muy profunda, en la que entraron 4 jóvenes mujeres que pusieron una esterilla y depositaron el féretro. Su madre estaba rota. Posteriormente, Guida cogió tierra en una pala y la ofreció a la mamá de Mana para que comenzase la sepultura. Luego siguieron todos los presentes.
Mana ha muerto y no saben cómo ni porqué (eso lo repetían constantemente). Sin embargo, todos sabemos que ha resucitado, y que un Día nos encontraremos con ella y sobrarán las preguntas. Será un Día de fiesta, un Día para siempre, un Día de Vida y de Dios, un Día de Amor. Kanimambo!
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