Cuando llegamos a la Comunidad de Santa Maria de Vaz para celebrar la misa, algunos de los responsables sugirieron ir a la escuela porque amenazaba lluvia. Así que cogimos los ornamentos litúrgicos, sillas, mesas, bancos, etc. y nos fuimos. Claro, la capilla no tenía techo porque hace unos años se lo llevó un ciclón cuando estaba a medio hacer, y se quedó así.
La escuela era pequeña y dentro hacía mucho calor. Pronto se llenó y comenzaron a quejarse. Así que propusieron volver a la Iglesia, por ser más amplia y no tener certeza de que iba a llover. En medio de la discusión, se me ocurrió que podíamos hacer la misa en la explanada que estaba delante del colegio. No por ser una idea mía, pero fue maravillosa.
El tiempo favorecía, y era un día especial porque bendecíamos las semillas de arroz para la cosecha de este año. Allí, contemplando las inmensas “machambas” de arroz. La misa avanzaba y después de la comunión llegó la explosión de alegría: la lluvia. Fue una auténtica bendición. Mientras cantábamos y bailábamos en la acción de gracias llovía a raudales, y todos estaban sonrientes: Dios nos bendecía la cosecha. Sacaron paraguas y hasta sombrillas gigantes de playa (super-simpáticas), pero de allí no se movía nadie. Todos sonrientes y disfrutando del agua que nos “regaba” literalmente.
Luego fue la visita a la comunidad. Muy simpática y diferente a las otras. Me llevaron a conocer el barrio, e íbamos parando en las casas de los animadores de los ministerios. En cada casa entrábamos y nos sentábamos (un comité de unas 10 personas) a conversar 2 ó 3 minutos. Son tan pobres que en ninguna casa, de unas 8 que visitamos, nos llegaron a invitar ni a agua. Sólo conversábamos y nos despedíamos: creo que ni siquiera tenían vasos para todos.
La última visita fue a la casa del animador de la comunidad. Él estaba trabajando, y su mujer estaba tomando un baño, así que salió envuelta en una capulana. Ella nos dijo que no tenía ni agua para invitar, y que sentía mucha vergüenza por no poder ofrecer nada. Su despedida en Chisena fue: “Se van en paz con su hambre, pero que Dios les acompañe”. Como sonreí, me preguntaron si la había entendido, y les dije que sólo 2 palabras: “Ifambane” (vayan en paz) y “Mulungu” (Dios).
Padre Bueno, me fui con hambre de aquella casa, pero me fui saciado de Ti. Contigo todo lo demás sobra, “sólo Dios basta”. En cada visita nos regalamos a nosotros mismos, nuestro calor, nuestra fe, el amor… y ahí sobran todas las cosas. Aquí se cumplió en cada casa la vocación de María la Betania: “Ay Marta, Marta, andas ocupada en tantas cosas, y sólo una es importante, María ha escogido la mejor parte”. Ella escogió escuchar la Palabra del Señor, acoger la visita que llegaba a su casa. Esta comunidad hoy me ha enseñado a acoger de verdad, a recibir al amigo que llega, sin necesidad de dar cosas, sino darnos a nosotros mismos.
Munhava, lunes 10 de Diciembre de 2007
Ya estaba necesitando cortarme el pelo, sobre todo porque el calor no es amigo de melenas. Así que nos fuimos a la Baixa, Sete y yo. Allí es donde está la única peluquería para blancos de Beira. En realidad es una barbería de toda la vida, pero saben cortar el pelo lacio. Aquí todos se pasan la máquina por la cabeza, y como no quería quedar trasquilado por 5 Mts, me fui al Centro donde me cobraron 70 Mts (2€) que es mucho dinero.
Me siguen impresionando las calles y sus negocios. Por ejemplo, eso de poner la ropa en el suelo, a ras del suelo para venderla. El suelo está podrido de raño, pero ellos no se cortan un pelo: la ropa puede estar en el piso sin plástico ni nada. También la venta de zapatos, que como se ensucian mucho los lavan continuamente en la misma calle. Al principio pensé que serían de 2ª mano, pero he comprobado que son nuevos, aunque sin cajas ni plásticos, sino puestos sobre la tierra para venderlos.
En la zona Baixa es normal oír música y cantos en la calle: son los ciegos que se dedican a cantar para “los vean” y les den algo para vivir. Hay muchos ciegos, y curiosamente hay muy poca gente con gafas. Imagino que casi nadie habrá visitado un oculista en su vida. Los ciegos llevan unos palos grandes y gruesos, y sus lazarillos agarran el otro extremo, de tal manera que van en fila india (ya que a veces, van dos o tres ciegos juntos). También hay muchos “lisiados”, cojos, amputados de una o dos piernas. Normalmente son muy pobres, y se pasan el día pidiendo en las calles, aunque nadie parece hacerles caso.
A mediodía comimos en casa de Mateo Carbonell con su fogón de leña y carbón. Pronto comenzó a llover al estilo mozambiqueño, que para luego entrar en el coche casi necesitamos una canoa.
Aún así la visita a la comunidad de San Sebastián no se suspendió, por lo que fue un auténtico baño de “matope” (barro). Tuve la impresión de seguir metiéndome a fondo “en este barro”, en esta realidad tan dura, y que ellos viven con tanta naturalidad.
Señor, mantennos los ojos abiertos a esta realidad. Haz que nunca dejemos de encontrarte en el barro, sentado vendiendo ropa en el suelo o ciego y cantando para ser “visto y escuchado”.
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