miércoles, 16 de agosto de 2023

Mi fuerza estaba en Ti


Songo, martes 08 de agosto de 2023

Santo Domingo

 

            El cielo estrellado y toda la Vía Láctea estaba frente a mí, mientras descansaba acostado bocarriba debajo de un boabab. La imagen la tengo aún contenida en mi retina, como tantas otras de las que disfruté en este día: las montañas, el río Zambeze, los caminos sinuosos, un grupito de niños bajando la montaña… Podría parecer que fue el día más feliz de mi vida, en el que sentí la libertad en mis pies.

            El día comenzó bien. Tenía planeado ir a Chiringa y volver el mismo día. Me acompañaron Lázaro y Francisco Viegas, a quienes casi debo la vida. Subimos Mulumbua, y pude ver los trabajos de la nueva capilla que ya está a la altura de las ventanas; y luego, seguimos en dirección a Chiringa a través de las montañas. El camino duró casi cuatro horas, pero llegamos muy bien. Fui todo el camino haciendo fotos y vídeos porque estaba extasiado con lo que veía. Fue una linda experiencia atravesar los cercados, las pequeñas poblaciones diseminadas con no más de cuatro o cinco casas, ver a niñas y niños yendo a nuestra escuela desde muy lejos… Todo un regalo para el alma y para los sentidos.

            Al llegar a Chiringa estaba deshecho, porque no tengo costumbre de caminar, aunque mi hermano Luís Ignacio siempre me dice que haga deporte y me mantenga en forma. Sin embargo, después de un breve descanso recuperé fuerzas y tuve las confesiones y la misa. Al terminar ya eran las dos de la tarde y nos sentamos a comer en la cabaña que nos habían preparado.

 

            Nuestra idea era volver por el río, así que cuando lo comentamos algunas personas reaccionaron a nuestra propuesta. Primero entró en la choza el animador que nos dijo que acabaríamos caminando a “cuatro manos” (na manja manai), nos reímos y le dijimos que iríamos por el río. Luego vinieron dos jóvenes, uno primero y otro después, para insistirnos en que no bajásemos por esa vía. Nosotros insistimos: “Si ustedes van siempre por ahí, nosotros también iremos”. A mala hora.

 

 

 

            El camino de bajada fue relativamente llevadero, aunque tardamos una hora y media, pero subir fue como escalar al infierno. Tardé (y no digo tardamos, porque los otros me esperaban) casi cinco horas en subir, de tal forma que llegué a casa pasadas las nueve de la noche. Por el camino encontramos a unos niños que bajaban con su madre, cargaditos de cosas y descalzos. En un determinado momento comenzaron los calambres en las ambas piernas, tanto en los músculos superiores como inferiores. Tenía que parar continuamente para hacer pequeños estiramientos y para descansar. Cada diez o quince minutos les decía: “No voy a poder continuar. Me quedo aquí a dormir”, pero ellos se sentaban y esperaban a que todo pasase, charlaban y actuaban como si no pasara nada, y cuando veían que estaba un poco mejor me animaban a continuar “engañándome” con que faltaba poco. Mis fuerzas estaban al límite después de más de 12 horas caminando, y ya sin agua limpia tuve que beber agua de la montaña.

 

 

 

            Tatenda! Los millones de estrellas brillando en todo su esplendor me decían que debía seguir. Tú me susurrabas bajo el baobab, en la oscuridad de la noche estrellada, que mi fuerza estaba en Ti, que Tú me sostenías, y así fue, hasta que extenuado a menos de a 200 metros de mi casa, apareció Alberto con el coche para recogernos. Gracias por sostener mis pasos, y acompañar los caminos de todos los misioneros y misioneras que queremos abrir caminos nuevos a tu Buena Noticia.

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